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La Curandera
Francisca, curandera y orgullosa de serlo, no tiene problemas viviendo de la mendicidad, el engano, y sus trucos de adivinacion. Y aunque la Inquisicion esta empezando a mostrar signos de decadencia, cualquier sanadora podria ser acusada de brujeria.
Las curanderas
2017
Amanecia. El frescor de la manana no tardaria en desvanecerse, al igual que la ligera neblina que cubria los campos de higueras y moreras que se extendian a lo largo del camino. Pronto el cielo se teniria de azul para dar paso a otro dia caluroso y seco. Era temprano, y las puertas de Villalba, flanqueadas todas ellas por imponentes torres, seguian cerradas. Habia llegado con mis tios por la noche, y esperabamos a que abrieran la puerta de poniente acurrucados en un rincon salpicado de orines. --!Cuantos puercos han pasado por aqui! --dije, senalando el rincon lleno de inmundicias--. Espero que dentro huela mejor porque este hedor es insoportable. --La culpa es del mierda que diseno esta maldita puerta --anadio mi tio --. Ese hueco entre las dos torres invita al recogimiento, y todos los que vienen por aqui, sean piadosos visitantes o piojosos del arrabal, se toman un momento para meditar a calzon bajado sobre la inmortalidad del alma o sobre la vida y milagros del serafico padre fray Anton. --O sobre la ultima bazofia podrida que tragaron y les revolvio las tripas --sentencio mi tia, provocando risotadas en los tres. Estuvimos un buen rato celebrando la simpleza, entre risas y chanzas, hasta que poco a poco nos fuimos sosegando. En la casa mas cercana del arrabal de Poniente, junto al camino, alguien abrio una puerta para ver donde estaban los intrusos que acababan de romperle el sueno. De la calleja lateral salio un hombre montado en un mulo. Llevaba las alforjas repletas de fardos, y desde el ultimo, un perrillo nos miraba desafiante. Poco despues, de una cuadra vecina asomo una mujer que tiraba de un borrico para conducirlo al abrevadero; tambien se fijo en nosotros.
El arrabal empezaba a despertar y sus habitantes desviaban la mirada hacia la puerta, que seguia cerrada a cal y canto, para hacerse una idea del tipo de merodeadores que encontrarian en los dias venideros. --Vamos a ver que sacamos de este hediondo lugar --dijo mi tia--. Recuerda, sobrina que los tullidos y los enfermos son los mas faciles -- anadio--. Suelen ser personas atormentadas y no solo por su enfermedad. Hay mucho gusano a su alrededor empenado en no dejarles olvidar sus limitaciones; de hecho todos los desgraciados de este mundo darian cualquier cosa por ser como los demas y siempre estan dispuestos a escuchar a cualquiera que les diga que su enfermedad tiene remedio. --Pero es cierto; yo puedo curar muchas enfermedades --dije con cierto aire de disgusto. --Si, pero no estamos aqui para ganarnos el favor de Dios --me respondio--, eso ya lo hace el cura sin nuestra ayuda. Hemos de recoger tanta plata como podamos si queremos pasar el invierno sin sobresaltos y algun dia volver a casa. Un gorrion se poso cerca, picoteando el suelo en busca del desayuno. Se desplazaba a saltitos, uno o dos pasos cada vez, para picotear todo lo que atraia su atencion. Nos quedamos mirandolo en silencio. Teniamos demasiadas cosas en comun. Eramos libres y cautivos a la vez; libres porque podiamos volar adonde nos apeteciera, y cautivos porque debiamos ganarnos la vida a cada instante, una lucha constante que emprendiamos a diario, unas veces con mas fortuna que otras. --Yo voy a pedir en misa, le guste o no le guste al obispo --afirmo mi tio, rompiendo el silencio cuando el gorrion levanto el vuelo--. Es el mejor sitio.
--Por supuesto que es el mejor --asintio mi tia--. Todos fingen ser mas caritativos de lo que son y nadie quiere que el vecino les tache de impios o de mezquinos. Antes de que el sacristan y los alguaciles te echen puedes sacarte un buen pellizco. --Nos ha dado resultado en otras ocasiones --comento mi tio--. Solo hay que fingirse bobo o mostrarse humilde, que viene a ser lo mismo. No hay que hacer como mi primo Asensio; una vez saco su lado bronco a relucir y acabo en las carceles publicas. --El recuerdo de los anos juveniles, cuando tenia toda la vida por delante y podia andar por el mundo libre de preocupaciones, le hizo esbozar una ligera sonrisa--. Pobre Asensio. Tenia buena hacienda y la echo a perder por unos amores perros. Acabo sus dias en uno de los presidios de Africa. --Desvio la mirada al suelo, como para perderla entre las cagarrutas ovinas que se confundian con los guijarros del camino. Aquel episodio de su vida parecia haberle entristecido y se quedo callado un instante. Nunca le habia oido esa historia, pero me encantaban las historias que contaba. Siempre se podia extraer algo util de la experiencia ajena. --Pero cuenteme que ocurrio en las carceles --le pedi.
--En las carceles nada en particular --respondio tras pensarselo un instante--. El justicia le dijo que sus dias de ladron y de rufian habian terminado. Lo condujeron hasta las horcas que habia en una colina cercana, y al pie de medio ajusticiado que quedaba en una de ellas lo molieron a golpes. Puede que solo quisieran asustarlo, o puede que lo dieran por muerto, pero el caso es que lo dejaron alli tendido. Cuando recupero el sentido escapo de aquel lugar maldito y nunca mas volvio. --Ni nosotros --anadio mi tia--. Hay que evitar los lugares donde los forasteros no son bien recibidos, pero sobre todo siempre hay que dar la razon a los lugarenos y no contrariarles jamas. --Pero si no tienen razon no es decente asentir --dije--; lo correcto es intentar sacarles de su error. --Eso esta bien para la gente que tiene algo que defender --respondio--. Lo unico que pueden hacer los pobres como nosotros es procurar no morirse de hambre. Esa es la unica lucha que merece la pena, lucha que algun dia perderemos en un descuido. No estaba de acuerdo, pero no queria contrariar a mis tios. --Los demas tambien luchan por sobrevivir --dije. --Si, pero no enfocan esa lucha de la misma manera. Fijate en los hidalgos de nuestra tierra, siempre a cuestas con su honor.
Algunos eran capaces de ensartar de una estocada a cualquiera que se atreviera a mirarles mal. Me acuerdo de don Rodrigo Villalonga, que era de un pueblo proximo al mio, a escasas leguas de Zamora, siempre andaba metido en pleitos por culpa de esa obsesion. --Pero la gente de esta parte de la costa no son iguales --dije, confiando en que terminaria dandome la razon. --Si no son iguales, son muy parecidos; viven obsesionados con lo que llaman la voz publica, la buena fama que rige la vida de todos. Esa voz publica puede elevar a unos o hundirlos para siempre, incluso puede expulsarlos del pueblo porque su vida se vuelve insoportable. --Eso tambien pasaba en nuestra tierra --mi tio habia decidido intervenir en el debate--. A veces solo son chismes de vecinos maliciosos, pero desde luego no es algo que cualquiera puede manosear o cuestionar, y menos un forastero. Respetando esta norma nos evitaremos muchos disgustos. --Pero habra alguien que sea capaz de desprenderse de ese lastre y pensar con claridad --dije--, alguien que razone y no se limite a defender lo que otros han construido, tal vez en siglos pasados. --Puede, pero lo que debemos tener claro es que nos toleraran mientras nos consideren inofensivos, aunque en el fondo nos desprecien --aclaro mi tia --, y nos perseguiran desde el momento en que representemos algun peligro para sus ideas o para su hacienda. --Haremos lo mismo que en el ultimo pueblo --dijo mi tio dirigiendose hacia mi--. Cuando veas algun corderito, ve hacia el, sobre todo si es un muchacho. Eres bonita y no te sera dificil engatusar a alguno para aligerarle la bolsa. Si eso no funciona prueba con otra cosa. A unos les aseguraras poseer extraordinarias dotes curativas; a otros conocer potentes filtros amorosos y hechizos para desencantar tesoros.
Cualquier cosa vale con tal de arrancarles unas monedas. Tu tia caminara siempre detras de ti para reforzar tus supuestas dotes. --Pero son ciertas --proteste--. Conozco las hierbas y he curado a mucha gente. --Volvia a insistir en lo que ya habia dicho poco antes, pero mi tio me interrumpio. --Si, si, pero recuerda a que hemos venido. Estabamos tan enfrascados en la conversacion que el tanido de la campana mayor nos sobresalto. --El Angelus --dijo mi tio--, pronto abriran. Mientras tanto, recemos las tres Avemarias. --Ave Maria, gratia plena, Dominus tecum; benedicta tu in mulieribus... --mi rezo en voz baja hizo que mis tios intercambiaron una mirada de complicidad y que, al momento, estallaran en carcajadas. Me quede mirandoles sin entender el motivo de tantas risas, y cuando comprendi que se estaban burlando de mi me uni a la diversion. --He vuelto a caer en la misma trampa --dije, sin dejar de reir. Unos ruidos de tablones y chirridos de goznes nos interrumpieron. Estaban abriendo la puerta. Nos levantamos, nos sacudimos las briznas de paja y el polvo que se nos habia pegado a la ropa y nos acercamos.
Los tres encargados de la puerta no nos quitaban los ojos de encima, pero no nos miraban de la misma forma. Las miradas hostiles iban dirigidas a mis tios; las miradas lascivas para mi. El mas audaz de aquellos hombres dijo una obscenidad que no pude oir, pero me senalaba con un gesto de la cabeza y los otros dos le rieron la gracia con ruidosas risotadas. Hicimos oidos sordos a tanta necedad, y poco despues se alejaron sin dejar de contarse otras historias que celebraban de la misma manera. --!Necios! --dije. --Sobrina, eso solo se piensa --me reprendio mi tia--; nunca se dice. Si te oyen nos perderas a todos. --Lo siento; procurare que no vuelva a suceder --dije a modo de disculpa. El camino estaba despejado, y los tres cruzamos la puerta y tomamos la calle principal. Parecia despertar de su letargo invernal. La noche habia traido los primeros calores que anunciaban el cambio de estacion, y sus habitantes recibian con alivio el nacimiento del nuevo dia. Los muchachos y los hombres ya estaban trabajando en sus oficios, pero los labradores todavia se dirigian hacia sus campos. Unos llevaban del ronzal una mula que cargaba con los aperos y montaba uno de los hijos pequenos marcando el paso de sus hermanos mayores. Eran pobres y cultivaban las peores tierras, las situadas en las laderas de los montes, siempre a merced de los torrentes que en la estacion lluviosa surcaban las colinas arrastrando piedras y arboles. Otros, mas afortunados, cultivaban las fertiles llanuras de la costa y podian desplazarse en sus carros.
Tirados por caballos o mulos, eran guiados por el padre o por uno de los hijos mayores y solian llevar a todos los hombres de la casa, aun los de corta edad. Los campesinos aspiraban a que sus hijos heredaran el oficio y para eso los ponian a trabajar cuanto antes. Pensaban que si no lo hacian asi, no adquiririan esa sana costumbre y serian unos haraganes que no servirian para nada. Nadie queria un destino asi para sus hijos. --!Espabila muchacho! --uno de los hombres le acababa de dar una colleja a su hijo adolescente que dormitaba junto al carro--. Llena ese cantaro, que no tenemos todo el tiempo del mundo. El joven se levanto de un salto y se calo un viejo sombrero hasta las cejas. Iban a pasar todo el dia en el campo, desde el amanecer hasta muy avanzada la tarde, de manera que cargaban la comida en el seron y colgaban un cantarillo de una de las barandas de hierro para tener agua fresca. Todavia conservaban el aire sombrio y pegajoso que los calores nocturnos solian traer en esa epoca del ano, y que el ritual higienico de la madrugada no conseguia disimular. A su paso, aquellas calles estrechas se llenaban con el olor de hombres y animales que acompanaba al golpeteo de los cascos y el renqueo de los carros. No era una manana cualquiera. Ese dia habia novedades, y todas las miradas recaian sobre nosotros, los unicos forasteros de Villalba. Andabamos por la calle pidiendo limosna, abordando a cuantos viandantes se cruzaban en nuestro camino para aprovechar el ajetreo matinal, antes de que acabara y todos se retiraran a sus casas. Como habiamos acordado, mi tio se dirigio hacia la iglesia, y mi tia me acompano por la calle principal, caminando una por cada acera. A corta distancia, divise una mujer tullida que volvia del pozo llevando un cantaro a cuestas, y me dirigi hacia ella.
--Por el amor de Dios, ?podria vuesamerced socorrer a esta pobre cristiana? --le dije.
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