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El angelical rostro del mal
Yago Junquera Miller es un hombre atractivo, seductor y muy carismatico; el politico de moda. Lo tiene todo, o casi todo. Solo le falta una guapa y elegante esposa que lo convierta en un marido ejemplar y le ayude a alcanzar su objetivo: ser el presidente del pais.
2018 EROTICA FICCION COMTEMPORANEA LITERATURA Y FICCION
La vida es un continuo danzar de decisiones, en eso se sintetiza nuestro mundo. Nos guste o no, queramos o no, vivimos continuamente en una toma de decisiones, pues hasta cuando creemos que no decidimos lo estamos haciendo. Siempre debemos escoger una opcion de entre varias posibles y despues soportar las consecuencias que vengan al respecto. Puede que escojamos la opcion correcta, en cuyo caso no habra que lamentar nada, pero tambien podemos errar con la decision elegida y equivocarnos. Por ese motivo es necesario meditar antes de tomar una de esas determinaciones que resultan transcendentales, de las que llevan a crear un antes y un despues en nosotros. Cada gesto o palabra nos aboca a nuestro sino, se convierte en la brujula que nos guiara, que nos abrira un camino que variara en funcion de la resolucion elegida; no en vano somos las decisiones que tomamos. Pero en ocasiones, la vida nos pone tan al limite que no podemos pararnos a pensar o reflexionar. De pronto, algo en nuestro interior enciende una luz roja que indica peligro, y la unica salida viable que vemos es la actuacion; surge lo que se denomina miedo. Un temor que tan solo busca una cosa: hacernos actuar. Aunque a veces solo actuamos por una unica causa, porque no nos queda mas remedio, porque hemos agotado todas las vias posibles antes de llegar al punto mas tajante y riguroso. Precisamente en esa medida casi draconiana se encontraba Azucena, una doctora especializada en traumatologia. Ella habia escogido la unica opcion que le quedaba y no paraba de cruzar los dedos para que fuera la acertada y no danase a nadie mas. Porque Azucena no solo temia por ella, lo que mas miedo le producia era el sufrimiento de las personas que queria. Por eso, mientras se encaminaba a la comisaria, no dejaba de observar a su alrededor ni paraba de rogar a Dios para que aquel infierno acabase de una vez por todas. Azucena trabajaba en las urgencias del hospital de Oviedo, ciudad donde habia nacido y residia, y era la mediana de tres hermanos.
Por encima de ella, y cuatro anos mayor, estaba Nicolas, abogado de profesion, que ejercia y vivia desde hacia unos anos en Madrid. Estaba casado y esperando la llegada al mundo de su primer hijo, Pelayo, asi lo iban a llamar. Por debajo de Azucena, y cinco anos menor, se encontraba Covadonga, la benjamina de la familia que un dia decidio marcharse a Alemania a realizar un master en Economia. Tras acabarlo, una oferta laboral de una importante multinacional la persuadio para fijar su residencia en el pais germano. Los padres de Azucena hacia unos anos que se habian trasladado de Oviedo a Gijon, ciudad natal de su madre. Residian frente a la playa de San Lorenzo desde que su padre, Simon Carbajal, se jubilo. Simon era un hombre muy familiar, y por ese amor a los suyos se entrego en cuerpo y alma a su trabajo de contable. Matilde Arango, la madre, aparte de llenarlos de amor, se paso la vida ahorrando para pagar a sus hijos una carrera. Aunque tambien guardo un poco para poder cumplir su sueno y terminar la vejez viviendo frente al hermoso mar que banaba la costa gijonesa y toda su infancia y adolescencia: el Cantabrico. Y con los polluelos criados y lejos del hogar, Simon y Matilde consiguieron realizar su aspiracion. Pese a que Azucena no tenia a su familia a su lado ni se veian a diario, su relacion era fuerte y estrecha. Para ella eran lo mas importante de su vida, por eso temia que pudieran estar en peligro, al igual que lo estaba ella. Sabia que ellos habian sido victimas del rencor de Yago, quien los hizo sufrir para castigarla y doblegarla a su voluntad. Porque Yago Junquera Miller era un maldito infame con rostro angelical y sonrisa embelesadora al que solo le importaba cumplir su objetivo, fuera de la forma que fuese; era justo lo contrario a lo que todos creian. Y ese era el pecado capital que habia cometido Azucena, el que nunca perdonaria Yago, haberlo descubierto, haber desenmascarado la maldad que contenia su persona y que escondia a los demas.
Antes de entrar en comisaria, Azucena miro con angustia a los alrededores. Con celeridad, sus ojos realizaron una visita guiada del entorno, recorrieron todos los puntos de la calle: el derecho, el izquierdo, el trasero, el frente... Todo parecia normal, o al menos eso queria pensar ella. En cuanto piso el pavimento grisaceo y rugoso de la comisaria le temblaron las piernas, casi sintio vertigo, e inhalo una honda bocanada de aire hasta inflar al ultimo de sus alveolos. Despues suplico a sus piernas que prosiguieran andando hasta llegar al mostrador que presidia la comisaria para apoyar su tembloroso cuerpo en el, y rogo a su voz permitirle hablar con la mujer policia que se encontraba justo detras. Al fin llego a el, aunque con el corazon tan desbocado que creyo que la brusca y elevada palpitacion le haria fenecer. --Buenas tardes, ?en que puedo ayudarla? --interpelo la mujer policia, observando la extrema lividez que el rostro de Azucena exhibia gracias al temor acumulado. --No se... no se con quien debo hablar --titubeo, le seguia faltando aliento, fuerzas, valor... --Si me dice para que ha venido yo le dire con quien debe hablar, senora. --Vengo para poner...--La voz se le ahogo. --Senora, ?se encuentra bien? --inquirio la agente. --Vengo... vengo... --Azucena desatendio la pregunta de la mujer policia, solo queria concentrarse en lo que debia decir. Se armo de coraje y respiro hondo de nuevo--. Vengo a poner una denuncia --declaro de seguido. --?Y a quien quiere denunciar? --A mi ma... --Las palabras volvieron a esfumarse, el miedo la gobernaba una vez mas. --A su ma... ?madre? --pregunto la agente, mirandola vigilante. Azucena nego con la cabeza y las lagrimas empezaron a resbalarle por las mejillas.
--?A su marido? --pregunto a renglon seguido, y el llanto de Azucena se acrecento a la par que asentia--. Calmese, senora, por favor --solicito la agente, saliendo de inmediato del mostrador--. Venga conmigo a una sala en la que podra hablar con calma y me explicara por que motivo quiere denunciarlo; luego le atendera el companero apropiado. La agente arropo con uno de sus brazos a Azucena, que era incapaz de sosegar el silencioso llanto. La condujo a una pequena sala casi vacia, solo la vestian una mesa y tres sillas, y ambas se sentaron. --Tranquilicese y digame como se llama, senora.
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